En tiempos de grandes cambios, como el momento que estamos viviendo, es siempre interesante volver a los fundamentos, más, si cabe, de una actividad como la nuestra. La evaluación de la gestión de una organización requiere, para su óptimo desempeño, como todo el cuerpo de evaluadores sabemos, múltiples elementos, características y condicionantes tanto por parte de los evaluadores como de las organizaciones que son evaluadas, además del proceso de evaluación en sí mismo. Más allá de la inherente complejidad que tiene nuestra labor, es crucial articular procesos sólidos de análisis que permitan generar valor a las organizaciones y las hagan seguir creciendo y evolucionando.

El futuro ya no es lo que era, y el de las evaluaciones tampoco. Está cambiando el entorno y también el canal, aunque esto último es sólo una consecuencia de lo primero. El debate se puede centrar únicamente en cómo manejarnos con cierta soltura en el ámbito online, o en qué herramientas o plataformas vamos a tener que utilizar a partir de ahora, pero no dejará de ser una visión superficial si no se tiene en mente, en todo momento, el propósito (empleando también los “nuevos” términos vocabulario que nos han llegado en estos tiempos) que perseguimos.

Para poder alcanzar ese fin en este nuevo contexto, centrado en proporcionar valor real a las organizaciones, a través no sólo del informe de evaluación sino durante todo el proceso previo y posterior, es necesario, a mi modo de ver, desplegar excelentes capacidades por parte de todos los miembros del equipo. En términos de foco en el valor que aporta la propia conversación que se mantiene en las diferentes entrevistas de la evaluación, es crucial el modo en el que se establece el diálogo, a través de cuestiones que inciten al pensamiento sobre lo que les puede seguir haciendo mejores (futuro) y no sobre lo que les ha permitido ser lo que son (pasado).

Este cambio de paradigma, del foco en el pasado al foco en el futuro, es uno de los mayores retos que se plantea a los evaluadores, ya que se pivota del mundo de las “evidencias”, en el que hay que seguir manteniendo, por supuesto, el análisis de todo lo conseguido en términos de resultados, al mundo de los enfoques destinados a seguir manteniendo resultados superiores, especialmente en términos de anticipación, predictibilidad, comprensión profunda de la relación causal entre los diferentes elementos de gestión y un claro entendimiento de las expectativas futuras (no sólo presentes) de los grupos de interés clave, todo ello en un marco de visión a corto, medio y largo plazo.

Todo lo descrito tiene que ver tanto con la gestión eficiente de los recursos y capacidades internas de la organización como con la gestión del entorno, ese mismo entorno que está haciendo tremendamente complicado a muchas organizaciones prever o planificar a medio y largo plazo. El dominio técnico, a nivel de herramientas de gestión, de ambas dimensiones por parte de los evaluadores será un excelente predictor del éxito de las futuras evaluaciones.

Recordando otra de mis citas preferidas, esta vez de Arthur C. Clarke, “Soy un optimista. Y todo aquel interesado en el futuro debería serlo”, prácticamente no hay nadie que no se declare optimista o esperanzado en el futuro, incluso con matices (optimistas realistas, idealistas, etc.), si bien ahora toca materializar ese interés y preocupación por el futuro preparándonos convenientemente para ello: ¡El cambio y la transformación también ha llegado para el evaluador!